Para Anna era una tarde cualquiera.
Había vuelto del trabajo, dejó el bolso, se quitó el abrigo y, casi sin pensarlo, se inclinó para colocar los zapatos en su sitio.
El día había sido largo, los pies le dolían — todo como siempre.
Pero en cuanto tomó un zapato en la mano, algo dentro se movió con un sonido pesado.
Anna se quedó paralizada.
¿Tal vez había caído una moneda o una llave?
Sacudió el zapato con cuidado — y al instante, el calzado cobró vida.
De su interior, retorciéndose y siseando, salió una serpiente delgada — verde oscura, brillante, con diminutos ojos relucientes.
No atacó, no mordió — simplemente se deslizó lentamente hacia afuera y desapareció bajo el armario.
Anna gritó, retrocedió de un salto y corrió a buscar el teléfono.
Los vecinos llegaron en pocos minutos.
Uno de los hombres levantó el zapato con un gancho, otro alumbraba con una linterna.
— Estaba dentro, de verdad — repetía Anna, temblando. — ¡La sentí moverse!
Más tarde se descubrió que la serpiente era una culebra inofensiva, probablemente había entrado desde la calle buscando refugio del frío.
Pero algo dejó a todos sorprendidos: los zapatos estaban dentro del piso, detrás de una puerta cerrada.
No había rendijas, ni una ventana abierta aquel día.
Cómo había entrado — nadie lo supo nunca.
Desde entonces, cada noche Anna revisa sus zapatos.
Y los vecinos, riendo, dicen que ahora “se descalza con adrenalina”.

