La mañana comenzó como siempre.
Los vecinos del edificio n.º 14 salían al trabajo, algunos paseaban a sus perros, otros corrían hacia la escuela.
Pero junto a la puerta del primer piso había una pequeña caja de cartón.
Al principio pensaron que alguien había olvidado sus cosas o dejado basura.
Hasta que desde dentro se oyó un suave “miau”.
Dentro había una bolita gris de ojos azules — un diminuto gatito que apenas podía mantenerse en pie.
A su lado — un trozo de tela, un biberón con leche tibia y una nota:
“No puede estar solo. Perdón.”
Los vecinos se reunieron en el vestíbulo.
Algunos propusieron llevarlo a un refugio, otros poner un anuncio.
Pero una mujer del cuarto piso, Marta, lo tomó en brazos:
— Que se quede conmigo por ahora, hasta que sepamos qué hacer, — dijo acariciando al pequeño.
El gatito era cariñoso, pero de una forma extraña permanecía siempre junto a la puerta.
Cada mañana maullaba, como si llamara a alguien.
A los pocos días, una anciana entró al edificio con una fotografía en la mano.
— Disculpen, — preguntó en voz baja, — ¿no han visto un gatito… con una manchita blanca en la pata?
Era la madre de una joven que había vivido allí el año anterior.
Su hija había muerto tras una larga enfermedad, y le había quedado ese gatito — ese mismo.
La mujer contó que no pudo quedarse con él — “era demasiado doloroso”.
Lo había dejado allí, donde su hija había vivido y donde, pensó, “le resultaría familiar”.
Cuando vio que los vecinos habían acogido al gatito y lo cuidaban, lloró.
— Entonces no está solo, — dijo, acariciando al pequeño.
Desde entonces, el gatito vive con Marta.
Y junto a la puerta del edificio apareció un nuevo cartel:
“Si te sientes triste — ven.
Tenemos café, una alfombra cálida y un gato que sabe curar.” ☕🐾

