Por la mañana, todo transcurría según lo planeado: maquilladora, champán, amigas, cintas rosas en las sillas.
Lena estaba sentada junto a la ventana, dejando que la luz cayera sobre su vestido blanco.
«Hoy es el comienzo de todo», dijo su madre besándola en la frente.
Ella sonrió. Quizás era verdad.
El teléfono descansaba sobre la mesita, junto al espejo.
Vibró justo cuando la maquilladora rizaba un mechón.
Lena miró de reojo — número desconocido.
Abrió el mensaje.
Tres fotos.
La primera — él, con la camisa que conocía bien.
La segunda — una mano femenina sobre su hombro.
La tercera — los dos, somnolientos, en la cama.
El corazón no se desplomó. Simplemente se detuvo.
Ahora no, pensó. Hoy no.
— ¿Estás bien? — preguntó su amiga.
— Sí. Solo estoy pensando en cómo sostener mejor el ramo.
Sonrió. Y todo volvió a parecer correcto.
La ceremonia comenzó a las seis.
Sala blanca, música, cámaras, invitados con teléfonos.
Él estaba en el altar, nervioso, tragando saliva.
Lena avanzó por el pasillo, pasos silenciosos, el vestido susurrando suavemente.
Cuando se detuvo a su lado, el maestro de ceremonias dijo:
— Antes de intercambiar los votos, los novios han preparado un pequeño video — sobre su historia.
Las luces de la sala se apagaron.
En la pantalla aparecieron fotos: infancia, viajes, risas, atardeceres. Todos sonreían, aplaudían.
Él se giró hacia ella, quiso tomarle la mano.
Y en ese momento — la imagen cambió.
Primera foto: él.
Segunda: la mano.
Tercera: la cama.
En la sala se hizo un silencio tan profundo que se oyó caer una copa.
Él se puso pálido.
Ella permaneció erguida, respirando con calma. Sin gritos, sin histeria — solo una mirada en la que ya no quedaba ni una sola pregunta.
— Lena… — murmuró él.
Ella se volvió hacia él.
— Gracias, — dijo tranquilamente. — Yo también quería empezar con la verdad.
Se quitó el velo, dejó el ramo sobre la mesa y caminó de regreso por el pasillo.
La música no sonaba. Nadie se movió.
Solo la pantalla seguía iluminada — como una ventana por la que finalmente había salido.

