Él iba al parque todos los días, hasta que un día se le acercó una chica que conocía todas sus historias

Llegó temprano.
La mañana era clara, el aire olía a pan recién horneado y hojas mojadas.
Los pájaros cantaban en el parque, el sol se deslizaba por los bancos, reflejándose en las gotas de rocío.

Henry estaba sentado en su sitio, junto a una vieja farola, con su bastón y una taza de café.
Venía aquí todos los días, simplemente para ver cómo pasaba la gente, cómo caían las hojas al suelo.
Se había convertido en una costumbre para él: escuchar la vida sin interferir.

No esperaba a nadie.
Hasta que oyó una voz suave, un poco insegura:

—Disculpe… ¿Es usted el señor Henry Collins?

Levantó la vista.
Ante él había una joven de cabello rubio, con una leve sonrisa y un bolso en las manos, como si acabara de llegar de lejos.
Su mirada era tan… familiar.

—Te conozco —dijo ella—. O, mejor dicho, te conocía desde hace mucho tiempo.
Tocabas la guitarra, escribías cartas… contabas historias.
Historias que había oído desde pequeña.

Henry frunció el ceño.
Nadie podía recordar eso. Nadie sabía cómo sonaba aquel julio en el que él era joven, enamorado y tonto.

— ¿Cómo sabes todo eso?

La chica abrió en silencio el bolso y sacó una cinta.
En la etiqueta amarilla, con tinta descolorida, ponía:
«Verano de 1979. Para N.».

— Lo grabaste para mi abuela —dijo ella en voz baja—. Se llamaba Nora.

El mundo pareció detenerse.
El parque se quedó en silencio, sin viento ni pájaros.
Solo la respiración, solo el recuerdo.

Henry miró la cinta, luego a Emily, y de repente vio en ella a Nora.
No era el rostro, ni los rasgos, sino la luz de sus ojos. La misma que una vez lo había salvado de la soledad.

—Me lo contó todo —dijo la joven—. Cada historia.
Solo quería verlo. Quería asegurarme de que era real.

Él asintió.
Y, tras un breve silencio, sonrió:
—Entonces déjame contarte otra. La última.

El sol acarició suavemente sus rostros.
Todo a su alrededor se llenó de luz dorada, del aroma de viejas cartas y de un hilo invisible entre el pasado y el presente.
Y el tiempo volvió a correr, silencioso, lento, como si temiera destruir ese momento.

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