El elefante recogió al gatito en el porche, pero su extraño juego resultó ser solo el comienzo del misterio

Ocurrió temprano por la mañana en una tranquila ciudad donde los días transcurrían tranquilos y monótonos. La gente estaba acostumbrada a la rutina: algunos iban a la tienda a comprar pan, otros paseaban al perro, otros corrían para coger el autobús. Pero ese día todo cambió.

Primero, la tierra tembló ligeramente, como si hubiera pasado un camión. Luego se oyó un ruido sordo y rítmico. Y entonces, un elefante de verdad salió a la calle, bañada por el sol. Enorme, majestuoso, con pasos pesados pero seguros, se movía como si conociera perfectamente el camino. La gente se quedó paralizada. Nadie entendía de dónde había salido: no había circos cerca, ni zoológicos. En los ojos de algunos brillaba el miedo, en los de otros, la curiosidad, pero nadie se atrevía a acercarse.

El elefante llegó a una vieja casa en las afueras y se detuvo de repente. Giró la cabeza hacia el porche y todos vieron que allí estaba sentado un pequeño gatito rayado. Delgado, apenas sosteniéndose en sus patitas, maulló lastimeramente. Y entonces ocurrió algo increíble.

El gigante se arrodilló, extendió la trompa y el gatito, como si lo hubiera estado esperando desde hacía mucho tiempo, saltó directamente sobre él. Los espectadores se quedaron boquiabiertos. Pero el miedo pronto dio paso al asombro: el elefante comenzó a balancear al gatito como si fuera un columpio. Este se agarraba con las patas y ronroneaba ruidosamente. Un segundo después, el elefante lo lanzó al aire y lo atrapó suavemente. La escena parecía como si hubieran ensayado ese número durante años.

A partir de ese día, sus encuentros se hicieron habituales. Cada tarde, a la misma hora, el elefante aparecía en las afueras y el gatito corría a su encuentro. Juntos jugaban en el patio: el gatito se subía a la espalda del elefante y se sentaba con la cola orgullosamente levantada, como un capitán en la cubierta de un enorme barco. El elefante caminaba con cuidado, como si temiera hacer daño a su pequeño amigo. A veces se iban al río: el elefante rociaba al gatito con agua de su trompa y este, saltando graciosamente, atrapaba las gotas.

La gente venía de toda la ciudad para ver este milagro. Los niños gritaban de emoción, los adultos grababan vídeos, los ancianos sacudían la cabeza y murmuraban: «Nunca había visto algo así». Pero en el fondo, todos sentían que detrás de esta amistad se escondía algo más.

Y era cierto: cuanto más tiempo duraba todo esto, más cosas extrañas notaban los habitantes. El elefante siempre aparecía a las siete en punto de la tarde, como si fuera un horario fijo. Se marchaba siempre por el mismo camino, desapareciendo en la luz del atardecer. A veces, su piel brillaba como si fuera metálica, y en su cuello relucía un amplio collar de cuero, como el de un circo.

Una tarde, la multitud se reunió de nuevo frente a la vieja casa. El elefante y el gatito jugaban como de costumbre. Pero de repente, el gigante se detuvo. Sus ojos, enormes y tristes, se posaron en su pequeño amigo. Con cuidado, se quitó el collar de cuero del cuello y lo dejó junto al gatito. La gente vio que en la placa metálica había grabada una sola palabra: «AMIGO».

Después de eso, el elefante se dio la vuelta y se marchó. Esta vez, para siempre. El gatito se quedó sentado junto al collar durante mucho tiempo, maullando lastimeramente, y luego se acostó a su lado, como si lo estuviera protegiendo.

Los habitantes discutieron durante mucho tiempo. Algunos afirmaban que se trataba de un artista de circo fugitivo que había encontrado consuelo en la amistad con el animal. Otros aseguraban que estaban unidos por algún secreto que solo ellos dos comprendían. Pero lo que más inquietaba a la gente era otra cosa: por la noche, cuando alguien pasaba junto a la vieja casa, le parecía oír desde la oscuridad unos pasos pesados y resonantes y una silenciosa respuesta felina.

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