¿Cree que los sillones viejos no tienen remedio? Piénsalo de nuevo: aquí te contamos cómo consiguieron una nueva y asombrosa vida

Estos feos y viejos sillones llevaban años acumulando polvo, pero nuestra heroína se negó a tirarlos. En lugar de desecharlos como chatarra, les dio una segunda vida y finalmente consiguió muebles nuevos y con estilo. 👌🤩 Al principio, los vecinos se rieron de ella, ¡pero el resultado final superó las expectativas de todos! 😉🤌 ¡Esta inspiradora historia evitará que los muebles viejos se conviertan en basura! ¡✅☝️I compartirá las fotos del antes y el después en este artículo! 👇

A veces, la belleza de un objeto olvidado se esconde bajo capas de abandono y tiempo. Ese fue sin duda el caso de dos viejos sillones soviéticos, que podrían haber sido fácilmente desechados, pero que en cambio encontraron una nueva vida, gracias a los esfuerzos creativos de una persona decidida.

Una mujer compartió su inspiradora historia de rescate de estas sillas aparentemente condenadas al olvido. Mientras que otros las habrían dejado de lado, desechándolas como chatarra, esta mujer vio su potencial y las restauró maravillosamente.

Un mensaje suyo:

Rescaté estos dos sillones de un destino incierto. El invierno pasado, mi marido y yo llevábamos a nuestra hija mayor a la escuela de arte. Tenía clases hasta tarde y, cuando volvíamos, ya había anochecido. Yo estaba embarazada con un pequeño bulto, como suele decirse, pero llena de energía y de ideas.

Mientras paseábamos por nuestro barrio, nos dimos cuenta de que se estaban demoliendo garajes metálicos. Como suele ocurrir, la demolición dejaba tras de sí montones de escombros: botellas rotas, trapos viejos, tablones de chatarra… todo un desastre.

Caminábamos despacio por el paseo, quejándonos de la mala limpieza, cuando de repente algo me llamó la atención. Entre toda la basura, vi la silueta de una silla. Inmediatamente se la señalé a mi marido, diciendo: «¡Mira, qué belleza!». Pero seguimos andando. Aun así, no podía dejar de pensar en esas sillas.

De vuelta, pasamos por el mismo sitio y, para mi alegría, no había una, sino dos sillas. Eran un par, ¡perfectas! Pero estaban en un estado horrible. Era un sueño, pero un sueño que parecía imposible de restaurar.

Cuando llegamos a casa, no podía dejar de pensar en esas sillas. No dejaba de imaginármelas y no podía olvidarlo. Insistí: «Tenemos que volver a por ellas». A mi marido no le entusiasmaba la idea, pero, bueno, como se suele decir: «No se puede decir que no a una embarazada». Después de convencerlo un poco, volvimos a recogerlos.

Cuando por fin los llevó a casa, refunfuñó durante todo el camino, maldiciéndome a mí y a las sillas, que olían a podredumbre y putrefacción antiguas. Rezaba para que nadie le viera llevándolas a casa. Pero, en el fondo, ya estaba imaginando lo maravillosas que podrían llegar a ser.

Cuando por fin las sacamos a la luz, las sillas estaban aún en peor estado de lo que había pensado. La tapicería se estaba pudriendo por partes, la espuma se estaba deshaciendo y los tensores de goma del asiento y el respaldo se habían secado y partido. Mi marido se negó en redondo a meterlos en casa -por aquel entonces vivíamos con mis padres- e insistió en que se quedaran fuera.

Pero aquella noche no podía quitarme esas sillas de la cabeza. Sabía que podía volver a ponerlas bonitas, ¡y estaba segura de que serían amarillas!

Empecé por desmontarlas por completo, dejando sólo los marcos de madera de los respaldos, los asientos y las patas. Tuve la idea de sustituir los tensores viejos y rotos por correas, como las de los cinturones de seguridad de los coches. Compré gomaespuma gruesa, de 5 cm de grosor, y emprendí una búsqueda de un mes por toda la ciudad para encontrar la tela amarilla perfecta.

Mientras tanto, limpié las patas, les apliqué un tinte intenso y las sellé con barniz. Las barandillas, que faltaban por completo, las construí yo mismo con una barra de madera.

 

Una vez colocado todo, lo uní con una grapadora de construcción. ¿El toque final? Senté a mi marido en una de las sillas y le enseñé orgullosa el resultado. Ahora, ¡le encantan! Y, bueno… creo que a mí también me quiere un poco más.

¿Qué te parece esta increíble transformación? ¿Te atreverías con un proyecto de restauración como este?

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