Una mujer estaba parada en un paso de peatones y de repente comenzó a llorar — un transeúnte descubrió la razón diez segundos después

El tráfico estaba detenido.
La ciudad, al caer la tarde, sonaba con bocinas, motores y pasos apresurados: algunos corrían a casa, otros miraban el móvil esperando la luz verde.
Junto al paso de peatones estaba una mujer — de unos treinta y cinco años — con un ramo de flores silvestres en las manos.
Parecía una transeúnte cualquiera, pero había algo extraño en su mirada: no observaba el semáforo, sino el otro lado de la calle.

Los peatones apenas la notaban, hasta que de pronto se cubrió el rostro con las manos y empezó a llorar.
En silencio, sin ruido, pero con desesperación.
La gente comenzó a volverse.
Un hombre a su lado preguntó con torpeza:
— ¿Se encuentra bien? ¿Necesita ayuda?

Ella negó con la cabeza, pero al cabo de un momento dijo suavemente:
— No, es solo que he venido aquí por primera vez en diez años.

El hombre se quedó desconcertado.
La mujer se secó las lágrimas y señaló un pequeño rincón al frente, donde, bajo un árbol, se alzaba un modesto pedestal de cemento gris, casi oculto entre los anuncios.
— Hace diez años ocurrió aquí un accidente — murmuró. — Mi hermano cruzaba la calle, y yo estaba justo aquí, en este lado.
Entonces también llevaba un ramo de flores. Para él.

El hombre bajó la mirada.
Los coches pasaban, la gente caminaba, las luces del semáforo cambiaban, pero ella seguía quieta, sin cruzar.

— Cada año compro las mismas flores — añadió. — Pero solo hoy me he atrevido a volver.

La luz cambió a verde.
El hombre no se movió.
Se quitó la gorra, inclinó ligeramente la cabeza y dijo:
— Entonces crucemos juntos.

Dieron un paso sobre el paso de peatones — ella con el ramo, él al lado, en silencio.
Y cuando llegaron al otro lado, la mujer depositó las flores al pie del viejo árbol y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió.

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