Una mujer regresó a casa antes de lo previsto — y vio quién cuidaba realmente de su madre

Cuando la madre de Lena empezó a tener problemas de salud, ella contrató a una cuidadora.
La joven, llamada Marina, parecía perfecta: tranquila, ordenada y con una voz suave.
Lena vivía en otra ciudad y solo venía los fines de semana. Cada vez, Marina la recibía con informes: todo estaba limpio, en orden — pero aun así, algo no le daba paz.

Un día, una reunión terminó antes de lo previsto, y Lena decidió dar una sorpresa — llegar sin avisar.
Abrió la puerta y se quedó paralizada.

En la cocina, su madre estaba sentada a la mesa — sonriendo, con una taza de té en las manos, y a su lado un hombre.
Un desconocido.
Le leía el periódico en voz alta y le servía el té, como si lo hubiera hecho toda la vida.

Lena, confundida, preguntó:
— Disculpe, ¿quién es usted?
El hombre se volvió.
— Yo… solo soy un vecino. Ayudo cuando puedo.

En ese momento, Marina salió de la habitación — y todo quedó claro.
Resultó que no era solo una cuidadora. Era la hija de aquel hombre — un viudo que vivía al lado.
Él venía todos los días, cuando Marina salía a hacer las compras. Al principio solo ayudaba — luego se quedó por la mujer misma, aquella de quien cuidaban.

Lena se sentó. Su madre sonrió:
— Pensé que algún día lo notarías. Él me lee el mismo periódico que tu padre solía leerme.

Desde ese día, Lena empezó a venir con más frecuencia.
Ya no veía tristeza en aquella vieja casa. Solo calidez.
Y comprendió que, a veces, cuidar no es un trabajo — sino una segunda oportunidad para ser feliz.

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