Humilló a la camarera solo para hacer reír a sus amigas — pero un simple «disculpe, ¿me puede traer el menú?» puso fin a su seguridad

El restaurante “Le Marelle” era considerado uno de los mejores de la ciudad — manteles blancos, luz suave, un pianista en la esquina y camareros que se movían casi en silencio.
Amelia había ido allí con sus amigas — Sophie y Laura.
Las tres estaban elegantes, con peinados cuidados y esa expresión particular de quien sabe que la noche le pertenece.

Cuando se acercó la camarera — una joven llamada Emily, con el cabello recogido y una mirada cansada pero amable — Amelia apenas la miró.

— Llevamos veinte minutos esperando, — dijo con irritación. — ¿O aquí atienden a los clientes según el tamaño de la cartera?

Emily se desconcertó:
— Perdón, señora, hoy tenemos mucho trabajo… enseguida le traigo el menú.

Amelia resopló.
— Espero que al menos sepa servir un café, porque da vergüenza ver a la gente fingir profesionalismo.

Sophie soltó una risita, Laura puso los ojos en blanco pero sonrió.
Emily se sonrojó, asintió y se fue.

— Dios mío, qué nivel, — dijo Amelia en voz alta, para que la oyeran también en las mesas cercanas. — Nació siendo una inútil y así se quedará.

La música seguía sonando suavemente, las copas tintineaban, pero el ambiente cambió — algunas personas se giraron.

A los pocos minutos Emily regresó con la bandeja.
Le temblaban las manos.
En el borde de la copa brillaba una gota de vino.
Amelia lo notó al instante:
— ¿Practicas en casa cómo sostener algo, o todo se te cae como en la vida?

Emily no respondió. Simplemente dejó la copa, se disculpó y se marchó.

Sophie susurró:
— Podrías haberla perdonado, es solo una chica.
— Que aprenda, — respondió Amelia. — El mundo no tiene por qué ser amable con los perdedores.

Justo en ese momento, en la mesa de al lado, alguien dejó el tenedor.
Se oyó una voz masculina, tranquila:
— Disculpe, ¿me puede traer el menú?

Amelia giró la cabeza — y se quedó paralizada.

En la mesa estaba sentado Oliver Wood, su jefe, el hombre del que dependía su carrera.
La miraba directamente, sin apartar la vista.
Su rostro era sereno, pero sus ojos — fríos, atentos.

Se dirigió a Emily, que ya se le había acercado:
— Se ha comportado con dignidad. No todos saben mantener la calma en una situación así.

Amelia sintió la boca seca.
Oliver continuó:
— ¿Sabe, señorita? En nuestra empresa acaba de abrirse una vacante. Personas con su paciencia nos hacen falta.

Luego miró a Amelia:
— Y con quienes no saben respetar a los demás, quizás ha llegado el momento de despedirnos.

Volvió a tomar el tenedor, como si la conversación hubiera terminado.
Y por primera vez en la noche, Amelia no pudo levantar la mirada.

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