El perro desapareció sin dejar rastro y la familia se resignó a su pérdida. Pero doce años después regresó al lugar donde lo esperaban…

Cuando Lisa era pequeña, tenía un perro fiel llamado Baron. Era un enorme chucho negro con ojos bondadosos y pelaje brillante. Custodiaba el patio, acompañaba a la niña al colegio y era el primero en recibirla al salir de clase. Pero un día Baron desapareció. Se fue por la verja y no volvió. La familia lo buscó durante semanas: anuncios, llamadas a refugios, recorridos por las calles vecinas. Todo fue en vano.

Pasaron los años. Lisa creció, se fue a estudiar a otra ciudad y comenzó su vida adulta. A veces, cuando volvía a la casa de sus padres, recordaba a Barón con una ligera tristeza y cariño. Pero en algún momento le empezó a parecer que todo aquello había sido casi un sueño. El perro, su infancia, esa alegría sencilla… como si fuera otro mundo.

Una mañana, al regresar a casa de sus padres para pasar el fin de semana, Lisa oyó un ruido extraño cerca del cobertizo. Al principio pensó que eran gatos o erizos. Pero cuando salió al patio, se le paró el corazón. Junto a la valla había un perro. Viejo, delgado, con el hocico canoso y una cicatriz en la pata. Pero había algo familiar en sus ojos.

La miró directamente y gimió en voz baja. Lisa se acercó y Baron hizo un movimiento que ella recordaba desde su infancia: bajó ligeramente la cabeza y le tocó la rodilla con el hocico. Así era como siempre le pedía que lo acariciara. La chica se quedó paralizada, sin creer lo que veían sus ojos.

Pero lo más extraño era otra cosa. El barón no había venido solo. Junto a él había un cachorro, igual de negro, pero pequeño y gracioso. El cachorro se aferraba al viejo perro como si fuera su padre.

Cuando los padres salieron al patio, tampoco podían creerlo. El barón había vuelto después de doce años. Nadie sabía de dónde había venido ni dónde había estado todo ese tiempo. Pero el hecho era que había vuelto, y no solo, sino con un nuevo amigo.

Más tarde, un vecino dijo que había visto un perro parecido en las afueras, cerca de una vieja casa abandonada. Al parecer, el barón había vivido allí y había encontrado o criado al cachorro. Por qué decidió volver precisamente en ese momento es un misterio. Quizás sintió que sus fuerzas se agotaban y quiso volver al lugar donde lo querían. Quizás quiso pasar el «testigo» para que quedara otro defensor junto a la familia.

Desde aquella noche, los Sokolov volvieron a tener un perro en el patio. El viejo Barón descansaba junto a la estufa, mientras que el cachorro correteaba por el patio, enredándose graciosamente en su propia cadena. Y cada vez que Lisa los miraba, comprendía que el amor y la lealtad de los animales no tienen límites. A veces se van, pero luego regresan para recordarnos que los lazos verdaderos nunca se rompen.

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